3 de diciembre de 2009

Libertad

Con el ojo tuerto veía el pasado, con el ojo sano veía el espejo.
Sentía vergüenza por tener a su amiga esperándola en el pasillo de su casa monoambiente, pero a su vez se sentía cómoda, o más bien protegida, dentro del baño, cerca del agua.
Ya no caía sangre a la pileta. Por suerte la toalla casi no fue ultrajada y el dolor iba mermando, aunque los azulejos latían a un ritmo devastadoramente perfecto dentro del cerebro.
¿Porqué tendría que haber venido en este momento? ¿Acaso el olor es tan fuerte? Estoy segura que no hubo gritos, ni de los sordos. (“...sordos ruidos, oír se dejan de corceles y de acero...”)
- Mónica ¿estás bien?
- ...
Lapso variable de tiempo entre 30 segundos y toda una vida (seguro que en ese momento nació alguien parecida a Mónica. Quizá no tan rellena como ella a los veintisiete – aunque esté sólo a cuarenta días de su peso ideal o a menos de cinco kilos... - el peso ideal para ella no es el de anoréxica o el de gorda, sino unos tres o cuatro o cinco kilos debajo de lo normal. Flaca con carnes. Con carnes en sus debidas partes.)
- ¿Mónica querés que pase?
- ¡No! Ya salgo.
- Ok. Te espero en el sillón. ¿Tenés fasos?
- ...
- Acá los encontré, te saco uno, gracias.
Prende el cigarro con su encendedor. Se sienta en el sillón (monosillón), el chico, el que no tiene apoyabrazos, el de un solo cuerpo, el multifunción. Siempre fue cómodo y con el tiempo lo abstracto de la comodidad permaneció inalterable, no así su tapizado. Encuentra de un rápido vistazo el cenicero del Hotel Colorado. Mira la hora y arroja la ceniza. Espera. Está acostumbrada a esperar.

Mónica se toca la cara una vez más. Cuidadosamente. Como siempre. El ojo izquierdo ya no es un ojo, es una fruta podrida (o muy madura, apunto de explotar, como les gusta a mis viejos). El globo ocular quedó reducido a unos pocos pelitos visibles de las pestañas. Parece de una película de poseídas, los pelos de escoba, la ropa desarreglada y un tanto sucia y la mueca de la sonrisa ocupando un cuarto de la boca, con el poco movimiento que el golpe en la quijada le permitía. Sangre en los labios tienen hasta los infantes, así que por eso no tendría que amargarse. Se sienta en el borde de la pileta de la ducha y casi tira la cortina. Así y todo debo admitir que sigue siendo linda, aunque de sentada y en esa posición jorobada meditabunda no se le note tanto. Se tocó la frente, bufó y esperó. Hizo un paréntesis de vida, un blanco, un stop, mirando primero al piso y luego hacia el frente pero sin mirar, sin ver, sin sentir, sin amar. Por estúpido que parezca un pedo la vuelve en sí. Sí, un flato, un pedo, de los cuasi silenciosos, con bastante olor. No le causa gracia, tampoco alivio o disgusto. Podría haber sido un pedo de cambio o un cambio de pedo, pero jamás se planteó eso. No podía malgastar su vida oliendo pedos, y menos los de ella misma.
Se escuchó el ruido de la puerta principal. Francisco entraba. Estaba más flaco que de costumbre, desgarbado y andrajoso. Ojeroso, lento, frágil e ido. Se miraron humo de cigarro mediante. Dos miradas muy distintas, dos expresiones muy diferentes. La una, tensa y enérgica, la otra... La otra, sin cambios, apenas con una muy leve rotación de cuello hacia arriba. Fue directo al baño. Lentamente firme. Comprobó que el picaporte estaba preso de acción por la traba. Conversó una vieja y kilométrica conversación con la puerta sin emitir sonido alguno. Dio media vuelta y se fue. Antes de salir por la puerta principal volvió para buscar una botella mitad llena mitad vacía de vodka.
- ¿Mónica qué pasó? ¿Te pegó? ¿Te pegó el borracho ese?
- ...nnnno, no es borracho. Y lo amo. ...no me pegó, nunca, ni nunca lo haría.
- ¿Entonces? ¿Mónica estás bien? ¿Otra vez tomaste más calmantes que lo normal??? ¡¡¡Mónica déjame pasar!!! ¿Otra vez te quisiste matar?
- ¡Yo nunca me quise matar, aquella vez fue un accidente! Ya salgo, no jodas Carmen.

(“¿Querés ayudarme? ¿sí? ¿De verdad querés ayudarme Carmen? No lo puedo controlar, tengo que pegar,
¡Tomá!...,
¡Esto es por años de privación de mujeres y vino, esto es incontrolable, esto es autoritariamente necesario!”
... y volvió todas las semanas y Mónica siempre le laceraba el mismo ojo. Usó anteojos negros hasta que perdió la mitad de la vista y luego relucía su ceguera izquierda para siempre. Libre de toda maldad y de toda belleza. Libertad de amistad)


[2003]

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